febrero 09, 2008

Una de las muchas viejas leyendas relativas al arco iris dice que en los sitios donde el arco toca la tierra está la felicidad, la fuente de la juventud y grandes tesoros”

Alejandro y Caro ahora eran más que felices; la vida les había regalado más de lo que alguna vez imaginaron.
Una nueva personita formaba parte de ellos, y resultaba increíble que esa pequeña criatura los albergara a ambos. Podía representar tan hermosamente cuánto se querían el uno al otro y, con su llegada, formó definitivamente la familia que tanto querían.

Tenía los ojos de su madre, la nariz y la boca de su padre. Tan perfecto equilibrio en cada uno de sus rasgos y una sonrisa que todos habíamos llegado a envidiar: Pequeña, luminosa, sincera e interminable.
Todo se volvió perfecto a partir de aquella bienvenida, y supimos que serían muy felices.
Nunca imaginamos, y nos tocó descubrirlo repentinamente, que llegaría el día en que este mundo no sería suficiente para mi niña; que la dejaría partir tan rápidamente como una simple visita.
Con el paso de los años, aquellos dedicados padres aprendieron a vivir con la noticia; saber que esa niña daría sus primeros pasos con dificultad y que tal vez nunca extendería demasiado su paseo. Pero de algo estaban seguros quienes la amaban, y es que lograrían, con aquellos pequeños pies, la más profunda de las pisadas y los más alegres de los recuerdos.
Juntos, los tres, estaban decididos a escribir días inolvidables, y a lograr que cada vivencia fuera parte de un cuento de hadas.


Aun recuerdo, y cómo no hacerlo, aquel día en que Anita le pidió a sus padres que le explicaran el cielo. No entendía como podía ser tan extenso e indescifrable.
Ale y Caro, sentados en el sillón frente a mi, buscaban la explicación más simple para que ella pudiera maravillarse y, al mismo tiempo, comprender con facilidad.
Sin querer, y antes de que nos diéramos cuenta, la niña dejó brillar su sonrisa, y nuevamente se acercó a nosotros.
“Papá”, dijo, “ya paró de llover, ya no quiero saber sobre el cielo, cuéntame sobre eso”. Acercándose a la ventana Anita logró que todos nos pusiéramos de pie y observáramos junto a ella uno de los Arco iris que más recuerdo haber visto sorprendida. Tan nítido, con sus siete colores, se extendía de un extremo a otro, iluminando desde lo alto el rostro de esa pequeña.
Ella, con sus manos apoyadas en el cristal, y con sus ojos queriendo salirse por la ventana, esperaba una respuesta.
De repente, y rápidamente, agarró la mano de su padre y lo llevó nuevamente hacia el sillón. Sentándose junto a él, y hamacando las piernas, levantó la mirada y una vez mas abrió intensamente los ojos.
Fue cuando me di cuenta. Fue cuando sentí que uno debía enfrentarse a realidades tan injustas.
Fue cuando recordé, cuando entendí que algún día no tendríamos el privilegio de volver a ver tanta sonrisa, tanta bondad, tanta felicidad.
Aquel momento era único y debía regalárselo tan solo a sus padres, así que sosteniendo mi bolso me dirigí hacia la puerta, y con un ademán me despedí de la familia más perfecta que alguna vez vi.


Por mucho tiempo no supe lo que Anita conoció, lo que sus padres esa tarde le contaron.
De hecho me resultó muy extraño, y al mismo tiempo oportuno, cuando me enteré. El principio de la historia que conocí, encontraba final con la misma imagen multicolor, pero con una única y desagradable contradicción: que el origen lleno de felicidad, terminaría ahora con la tristeza invadiendo nuestros cuerpos, y el arco iris humedeciendo nuestros ojos.

Me cuesta recordarlo, pero esa tarde en el que recibí la llamada del hospital, ese día que todos sabíamos llegaría, su padre me relató lo que Anita había oído.
La típica historia de un enano, en cada extremo del fenómeno cuidando aquel preciado tesoro, fue demasiado para esa inocente niña, y a partir de aquel día ella se dedicó a terminar de crearlo, de una manera que jamás imaginamos posible.
Todas las mañanas Anita se levantaba para relatarles a sus padres las historias de Arco iris que sus sueños le regalaban. Ella contaba sobre hadas, árboles teñidos por los siete colores, y flores y animales que no lograría comprender nuestra razón.
Ella, alguna vez me dijo, que un extraño personaje le había confesado su origen. Esa criatura fantástica le dijo que había nacido con los colores, por lo que prometió que un día la buscaría y la regresaría a ellos; la regalaría a las hadas y le permitiría volar.

En ese momento comprendí esa fantástica historia. Junto a tantos recuerdos, Alejandro y sus lágrimas me contaron lo que esa tarde lluviosa había significado para la niña.
Con semejante vida, con tanta imaginación, con tal nivel de creencia y esperanza, Ana no se merecía menos que entrar a ese mundo, hacer su sueño realidad.

Decidí, ahora, entrar con más fuerza y valentía que nunca a la habitación.
A pesar de estar recostada en esa fría cama, su sonrisa brillaba más que nunca, y la luz, un poco más tenue que de costumbre, seguía rodeándola.
Recuerdo sus palabras, aun imagino su rostro cuando, una vez más, tomó las manos de sus padres, y les dijo que visitaría el lugar que en sus sueños había creído conocer. Ese paraíso lleno de imaginación y alegría, que solo una pequeña sería capaz de enfrentar.

Juro que sentí la brisa del más profundo de los respiros, que cesó en un único instante.
Juro que nunca sentí un nudo tan grande y, contradictoriamente, tal tranquilidad.
Sabía que Anita estaba feliz, viajaba con entusiasmo y podía observarla en aquel arco iris:
Rodeada por el índigo, deslizándose en el azul.
El verde seguramente teñía sus manos y le regalaba las más hermosas flores.
Seguramente estará abrazando el violeta, pensé, era su color favorito y teñiría sus ropas.
El amarillo iluminaría su sonrisa, se reflejaría en sus pequeños dientes, y contagiaría a todos esos extraños habitantes.
El anaranjado, se impregnaría en su pelo y mostraría con mayor intensidad lo hermosa que era, mientras el rojo le devolvía color a aquellos hoyuelos de tan voluminosos cachetes.

Fue como me ella dijo. Estoy segura:
Un enano la recibiría.

Fue como ella dijo. Estoy segura:
Las hadas danzarían a su alrededor

Fue como ella dijo. Estoy segura:
“Abuela me volveré de color”.
Aida, 08